
MARÍA,
un corazón que estimula a la disponibilidad
Objetivos:
1. Descubrir o redescubrir la disponibilidad de María para llevar la cabo a voluntad de Dios.
2. Reconocer el corazón como ámbito de discernimiento y de respuesta.
3. Preguntarnos cómo anda nuestra disponibilidad.
4. Celebrar el sí de María.

Retrato del corazón del joven de hoy:
una disponibilidad adormecida
La sociedad actual sitúa al joven con una identidad débil, abierta y que se acomoda a todo. No quieren más revolución que la cotidiana, ésa que les permite sentirse cómodos, felices hasta donde el cuerpo aguanta. Domina en ellos una despreocupada alegría de vivir: si hay que estudiar, por ejemplo, será casi exclusivamente para conseguir un título y obtener un empleo; al considerarse como presos entre rejas escolares, quieren y consiguen mucho ocio y muy diverso –siendo capaces de dedicar en un fin de semana más tiempo a la diversión que al estudio en toda la semana-; ensanchan el “todo está permitido” y estrechan el compromiso, administrando frívolamente rechazos –más o menos racistas- y simpatías.
Cuesta abajo semejante nos conduce a uno de los rasgos más pronunciados de la juventud actual: la implicación distancia respecto a la vida y sus problemas. En los jóvenes existe un foso entre los valores que miran al fin y los que miran a los medios: invierten en valores que miran a los objetivos (pacifismo, ecología, tolerancia, lealtad, solidaridad, etc.), pero se despreocupan de los instrumentales (esfuerzo, autorresponsabilidad, compromiso, participación, abnegación, trabajo bien hecho, etc.), con lo que todo lo anterior corre el riesgo de reducirse a puro discurso bonito. Apuestan fuertemente por fines nobles, pero les falta el ejercicio de la disciplina para conseguirlos.
Dos rasgos particularmente problemáticos: por un lado, la ética se reduce o concentra en el “culto al “yo”; por otro, abandonan la preocupación por el futuro y los proyectos para construir la personalidad y actuar sobre el mundo y la sociedad. Sobreestiman la autonomía y rechazan visceralmente toda norma que venga “de fuera”. Se impone el “hacer lo que me sale de dentro”. (adaptación, extraído de MJ)
“Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguien escucha mi voz y me abre, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3, 20).
Para escuchar la llamada de Dios, primero hay que tener los cinco sentidos puestos en él. No puede escucharlo quien no quiere ver con sus ojos lo que Dios le ofrece en cada acontecimiento de su vida. No puede oírlo quien no quiere escuchar las palabras que él pronuncia en la Escritura y no las hace resonar en su corazón para que sea transformado. No puede escucharlo quien no quiere gustarlo interiormente, ni adivinar su aroma, ni tocar su misterio.
Pero después de despabilar los sentidos de nuestra vida y orientarlos hacia a él hay que hacer aún un trabajo costoso: abrir la puerta de nuestro corazón. El llama respetuosamente esperando nuestra respuesta, no quiere forzar su presencia, porque su presencia se basa en el amor libremente acogido. Él, que es la Llave, pacientemente espera la llave de nuestro sí. La actitud propia para pronunciar el sí es la humildad: la humildad de reconocer que nuestro corazón sólo se puede abrir por fuera, por Otro que conoce la casa de mi vida mejor que yo.
Él no deja de hablarnos por “si alguien escucha su voz”. Él vive en esta esperanza y su trabajo por nosotros es incansable. Esta siempre en el umbral de nuestra vida esperando nuestro “¡adelante!”. Cuando le dejamos entrar, él nos prepara una fiesta, enciende nuestra corazón dejando sus rincones oscuros al descubierto, compasivamente iluminados. Nos pone a su mesa (porque la nuestra ya es suya), y nos convida al mejor pan y al mejor vino, elaborados con amor, con su espera y con mi “sí”, con su llamada y con mi respuesta, con su Llave y con mi corazón.
Esta es fue la experiencia de María cuando oyó la voz del Ángel y, con disponibilidad, acogió en su corazón y en su cuerpo al “que está a la puerta” de nuestra historia y de la historia toda la humanidad.


